Vladimir Volegov |
Al escribir se traen al presente multitud de esos maravillosos recuerdos, y en ocasiones estos dan la entrada a una riada de memorias que arrastran a otras que, de otro modo, puede que hubiesen permanecido atesoradas en algún rincón de la mente, sin ver la luz en ese momento o que incluso no llegasen nunca a reaparecer. Resulta reconfortante y se podría caer en la tentación de vivir en el pasado. En realidad sucede lo contrario. El presente se mira con otros ojos, se presta atención a los detalles, se guardan, y hasta se apuntan mentalmente. Se intenta captar la esencia de cada cosa, lo verdaderamente importante. Luego todo se estudia, se procesa y se analiza dentro de cada persona y cada contexto. El tiempo es efímero pero la memoria no. Atesorar los instantes más conmovedores produce una extraña y alegre felicidad.
Al atrapar de nuevo una memoria entrañable, se agarra para no volverla a soltar. Cualquier distracción puede provocar que ese momento se esfume y se pierda de nuevo entre los remolinos de la mente. En ocasiones esto sucede de manera inconsciente, pero ese frágil recuerdo que ha surgido en un determinado momento, queda en la superficie y reaparece de forma inesperada. En esta segunda aparición se aferra con uñas y dientes, se graba en tinta y se comparte. Esas historias memorables se completarán con la visión de otros y pasarán a formar parte indivisible de la intimidad de la familia.
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