martes, 28 de febrero de 2012

¡Felicidades sobrinísima!

Hoy es el cumpleaños de sobrinísima y el consejo de Mafalda le viene como anillo al dedo. Nunca se ha podido decir que fuese la niña más sociable del mundo, siempre le ha gustado lo de ir contracorriente. El motivo fundamental es que es dueña de un sentido extremo de la justicia con lo que tolera regular todo lo que se salga de este concepto. Lógicamente lo pasa muy mal. Eso de nacer Quijote no es lo que mejor se adapta a las circunstancias del día a día. En su honestidad no entiende cómo nadie puede mentir y traicionar voluntariamente. Carece de malicia y es incapaz de fingir y, si alguna vez lo ha intentado dentro de su inocencia infantil, nunca ha conseguido engañar a nadie. Esta claro que, al igual que su tía, su abuelo y su bisabuelo, no tiene cualidades ni para la política ni para la diplomacia. Opino que también tiene que haber gente que diga las cosas como son y, en ese sentido, no es que vaya por buen camino sino que ha tomado la autopista más ancha (que debe ser de peaje porque son pocos los que circulan por ella y, al menos la mitad del tráfico, parece pertenecer a la familia).


La pobre chiquilla esta en los comienzos de la complicada adolescencia. El cambio del colegio al instituto le ha resultado un molino muy duro al que enfrentarse. No sabe que cuando llegue al mercado laboral la cosa será muchísimo peor, pero de momento está ocupada venciendo al desalmado gigante de la ESO. Es una lástima que la alternativa de ermitaña en una isla desierta sea tan poco viable aunque, si fuese de otro modo, no quedarían ínsulas por conquistar.

Afortunadamente para ella su hermana es todo lo contrario: sociable y Sancha. Al igual que las mías han limado asperezas de mi carácter, sobrinísima aprenderá de las virtudes del ciclón y, espero que, al igual que Sancho, el bicho también termine por aplicarse los honorables valores de su hermana.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS SOBRINÍSIMA!

lunes, 27 de febrero de 2012

El hada Mercedes

"El hada azul" Gustav Tenggren
Pinocho tenía su hada azul y los primos teníamos a nuestra tita Mercedes de Linares. La prima de nuestra abuela, con su corazón de oro, no sólo adoraba a ésta, sino a toda su parentela. Le encantaban los chiquillos y nos mimaba como la peor de las abuelas. No se veía harta de nuestros abrazos e, incluso en sus peores momentos de ánimo, sacaba su sonrisa con nosotros. Si todo el mundo tiene normalmente dos abuelas, con nuestra amplia familia necesitábamos una más.

El término pereza le era desconocido. Su actividad era constante y no le entraba en la cabeza que pudiese ser de otro modo. Era feliz así, necesitaba sentirse no sólo querida sino también útil. Se había ocupado de sus ancianos padres hasta el final y, al faltarle estos, se encontró perdida y fue rescatada por mis abuelos. En muestra de agradecimiento quiso hacerles la vida más cómoda a los de su entorno, sin llevar nunca la voz cantante, siempre a la sombra de lo que le marcase su adorada prima. Volcó su amor y su natural instinto maternal en todos nosotros. Era la primera en amanecer y se ocupaba de adecentar la enorme granja y lograba que todo estuviese reluciente hasta el punto de poder comer sopas en el suelo. No es que durase mucho en ese estado, dado el tránsito que recorría esos suelos, pero eso no desanimaba a la tita, sino todo lo contrario. Intentó inculcarnos, con más éxito en unos que en otros, ese mismo afán por el orden y la limpieza. Yo soy su gran fracaso, al igual que en el tema de las oraciones que con tanta devoción nos enseñó.

Le gustaba mucho el teatro y nos suministraba material para nuestras funciones. Disfrutábamos con sus historias de juventud, en la que actuó cómo actriz aficionada en pequeñas representaciones en Canena. Nos recitaba las coplas del Tren y conseguía que nos desternillásemos de risa con las peripecias de la pobre pueblerina subida a aquella cafetera humeante e infernal. Nos describía con voz suave el viaje del hada azul a la tierra hasta convencernos de que no había mujeres comparables a las Manolas españolas.

Se apagó cuando le faltó mi abuela, perdida de nuevo después de una vida juntas, pero los recuerdos de ambas son inseparables.

jueves, 23 de febrero de 2012

RISOL

El Risol es la bebida con la que se hacía la sobremesa en la granja, generalmente junto con un trozo de fino y crujiente pastelón, de hojaldre recién hecho.

Se sirve en copas poco más grandes que un dedal y se bebe a pequeños sorbos, paladeando cada gota. Me acuerdo de acompañar a mi madre a comprar el anís Machaquito, seco y fuerte, para su preparación. Luego mi abuela ponía en unos barreños la mezcla y la dejaba reposar a oscuras, en la despensa, mientras las hierbas maceraban en el alcohol y lo aromatizaban. La cantidad de cada ingrediente puede ajustarse según los gustos personales de cada uno. El resultado es un licor anisado, dulce y suave, de color caramelo, muy aromático, con un sabor equilibrado que combina a la perfección tanto con el pastelón, como con los mantecados, las rosquillas y, por supuesto, los pericones. Lo mejor es que prolonga la tertulia de la sobremesa hasta las 5, las 6 o las 7 de la tarde, lo que permite disfrutar de la compañía, además de dar tiempo a hacer hueco para probar todos los dulces caseros. Aunque mi abuela ya no se encargue de elaborarla, la tradición sigue y son las hermanas Li, la tita Cati y la tita Carmen las encargadas de su producción para uso, deleite (y flagrante robo de botellas en cada visita) del resto de la familia. Pese a la minidosis, los tres litros duran un suspiro, especialmente tras el paso de los saqueadores.

RISOL

Ingredientes
1 botella de anís seco (el mejor es el Machaquito, si no se encuentra también va bien el de Chinchón seco, el que lleva el tapón con una raya verde).
2 litros de agua
Unos granos de café (medio puñado)
1 manzana pelada partida en trozos grandes
1 plátano pelado en trozos
Medio kg de azúcar
Ralladura de chocolate negro
Una rama de apio
Un puñado bien hermoso de hierbaluisa
Un puñado más pequeño de hierbanieta (calaminta)
Otro puñado pequeño de toronjil (melisa)
Entre las hierbas opcionales, según gustos, en muy poca cantidad: manzanilla (que mi abuela sí usaba) y mejorana (orégano). 

Elaboración
Poner todos los ingredientes en una olla grande.
Resguardar de la luz (mi abuela la guardaba en la despensa).
Dejar macerar durante 3 días.
Colar y embotellar.

Servir frío, acompañado con algún dulce artesano, a ser posible un trozo de pastelón.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Chiquilladas

Billete es un niño grande, ingenuo y ocurrente. La Cucucá siempre le ha secundado y ha salido en defensa de su marido cuando éste lo ha necesitado. Dada su naturaleza algo quijotesca, esto ha sido preciso en más de una ocasión. Cuando se pone al volante su paciencia con los energúmenos que circulan a sus anchas, sin ningún respeto por el resto de los que tienen la desgracia de tener que compartir con ellos la calzada, es prácticamente nula.Una de las más sonadas ocurrió cuando un conductor realizó una sonada pirula que encendió a mi impulsivo tío. Éste no se cortó en mostrar verbalmente su enfado y, en cuestión de segundos, puso al otro de vuelta y media. Ambos tenían las ventanillas bajadas. Además de poco cívico, debía de ser también de temperamento irascible y, sin grandes miramientos, se bajó de su coche y se acercó al de mis tíos en toda su altura y envergadura de 2x2 metros. Billete es un tío grande de espíritu pero, para su desgracia en esos instantes, no externamente. Ofuscado, no valoró bien lo crítico de la situación y continuó haciendo gala de su vehemencia. En vista del cariz tan negro que tomaban los acontecimientos, mi tía se decidió a intervenir. Con una sonrisa, asomó su linda carita por la ventanilla y, tras desarmarle con su dulce sonrisa, le suplicó con cariño a aquel armario: "¡Déjalo! No le hagas nada. ¿No ves que es un chiquillo?" Gracias a ella, Billete consiguió salir indemne de la peliaguda situación. Claro que, no todas las consecuencias de sus ocurrencias, son evitables a base de palabras.

Una de las desventuras del hiperactivo chiquillo ocurrió en la sierra, donde se había subido con sus hijos a jugar con la nieve. Ni que decir tiene que Billete disfrutó como los indios lanzándose por las cuestas en trineo. En una de esas, vislumbró un montículo de nieve y no pudo resistirse a él. ¿No sería genial poder lanzarse como los dibujos animados sobre la nieve y sentirla ceder mientras se hundía bajo sus pies y frenaba su caída? Ni corto ni perezoso se subió a la elevada copa del árbol que había al lado de aquel tentador acumulo. Contempló el panorama a sus pies. El suave contorno de aquel montón blanco resultaba aún más atractivo desde su nueva posición. Se sintió como un ruso al salir del vapor de la parilka antes de revolcarse por la nieve. Por desgracia, su ubicación entre las ásperas ramas no le permitía quitarse la ropa para experimentarlo del mismo modo. Todo se andaría, pensó.
Con una sonrisa de anticipación tomó impulso y saltó. Por desgracia las cosas no resultaron como se había imaginado. Al igual que les ocurre con frecuencia a los desafortunados personajes de los Looney Toons,  la lisa silueta escondía la trampa de una roca en su interior. En una digna imitación del coyote, los pies de Billete se estrellaron contra la piedra en su aterrizaje. El crujido de sus talones indicó que no iba a poder realizar más saltos en una temporada al no estar hechos sus huesos de trazos de lápiz. Las estrellas que flotaron ante sus ojos se debían a que se había fracturado ambos calcáneos. Una escayola le mantuvo forzosamente tranquilo en casa durante una buena temporada mientras se recomponía de nuevo.

jueves, 16 de febrero de 2012

Crema catalana de Miss Corn

Tengo debilidad tanto por la crème brulée como por la crema catalana (la diferencia entre ambas es que la primera utiliza nata líquida en su elaboración y la segunda sólo leche). Suelo pedirla de postre cuando la veo en alguna carta, por lo que la he probado en diferentes partes del globo. No en todas partes consiguen darle el punto magistral en el que la crema es muy ligera, suave, con un punto de aroma a limón y canela, no excesivamente dulce, y la costra está bien caramelizada, sin llegar a estar quemada, muy crujiente y con el azúcar completamente disuelto. Me encanta clavar con decisión la cuchara, hasta quebrar la fina capa de la superficie. En la boca, el caramelo cruje un instante entre los dientes, antes de diluirse y mezclarse con la crema, sin resto de granulaciones que raspen en el paladar.
Tomé una crème brulée inolvidable en Estocolmo, en un restaurante del muelle de la Ciudad Vieja que, simplemente por la perfección de este postre, se merecía su buena fama.
En Francia, en la región de Bresse, en un acogedor restaurante alojado en una casita de piedra de un pequeño pueblo, galardonado con una estrella Michelín, nos sirvieron de postre un surtido de cuatro pequñas porciones de crème brulée aromatizada. Las versiones de violeta y de amaretto se quedaron grabadas entre los deleitables recuerdos de mi memoria gastronómica. Soy afortunada por contar con ese tipo de memoria, gracias a la cual puedo rememorar no sólo el plato, sino incluso el sabor y las sensaciones que experimenté al probarlo.
La versión de Bica de Marcelo, en Santiago de Compostela, está basada también en este postre, además de en las torrijas (como ya expliqué en la entrada correspondiente).
En Madrid, Andrés Madrigal en el Alboroque hacía una crema catalana tan buena como la de Estocolmo. Lástima que luego, en el Bistró, echase a perder todo su buen hacer.
Cuando fuimos a comer al restaurante de la Escuela de cocina de Fuenllana, en la que estudia Miss Corn, nos sorprendieron con un pequeño ramenquin de esta crema. Le habían dado el punto perfecto. No he parado hasta robarle la receta a mi pobre prima y aquí queda compartida para el que quiera ensayarla.

CREMA CATALANA

INGREDIENTES
1 L leche.
50g Maicena.
6 yemas 250g azucar.
Canela en rama,corteza de naranja, limon (aromatizantes)

ELABORACIÓN
Cocer la leche junto con el azúcar y los aromatizantes.
Cuando hierva, retirar del fuego.
Aparte, batir las yemas junto con la maicena (se hara una masa).
Cuando esté todo bien batido colar la leche, para apartar los aromatizantes,  y unirla a la mezcla de yemas y maicena.
Volver a poner todo junto al fuego y, con una espátula de madera, remover la crema. Hay que moverla mucho, sin parar.
Jugar con la lumbre: retirar el cazo, sin parar de mover, meter otra vez al fuego (dándole vueltas todo el rato) retirar, etc. Conviene evitar que llegue a hervir para que no se corte el huevo.
Se sigue así hasta que la crema toma un color amarillento, sin grumos, y una textura compacta, similar a las de unas natillas.
Es importante retirar del fuego entonces. No se debe raspar la pase del cazo porque, si se agarrase, se estropearía la crema.
Cuando esté a punto, se retira a un bol. Se cubre con papel film, en contacto con la superficie, para que no haga costra. Dejar que se temple antes de meterla en la nevera a enfriar.
Al sacarla, antes de servir, se cubre con el azúcar y se flamea.