jueves, 26 de abril de 2012

La nobleza de Sole


Mi prima Sole tiene los ojos más bonitos de todo Linares: del color y la transparencia de las aguamarinas buenas, rasgados y con un aire algo felino. A través de esos ojos uno puede ver la nobleza innata de su dueña. Siempre ha hecho gala de lealtad y se ha ganado innumerables castigos por defender a otros. Posee un gran sentido de la justicia, es tremendamente cariñosa y bastante soñadora, lo que le ha servido para no hundirse incluso en los momentos más difíciles.

Pese a ser lo que se conoce habitualmente como un trozo de pan, también era una de las más traviesas de todos los primos. Si no estaba con mi hermano a la caza y pesca de bichos, estaba realizando alguna peligrosa acrobacia subida a las alturas de cualquier superficie, por precaria que esta fuese, sin miedo a los posibles riesgos. Tiene algunas cicatrices como recuerdo de la temeridad de sus desventuras. Le gustaba mucho leer, lo que era una suerte, no sólo porque en los momentos dedicados a los libros, los mayores podían respirar tranquilos, sino también porque, en las épocas que se pasó con alguna escayola en algún miembro, tenía con qué entretenerse (además de maquinar futuras correrías con las que resarcirse de su temporal inmovilización).

Era adicta a las historias de Esther, razón por la que bautizó a su hija con ese nombre. Ha sido la mejor madre que la pobre niña pudo tener: ambas se adoraban mutuamente y no podían estar separadas. Sin tener ningún título oficial aprendió rápidamente a realizar cualquier labor de enfermería que la pequeña necesitase, aunque los recuerdos asociados a los hospitales han hecho que no quisiera dedicarse a la rama sanitaria. Es una lástima para la Sanidad, no siempre es fácil encontrar enfermeras competentes y bien dispuestas.

Hay gente que nace con estrella y en otros la vida se empeña en estrellarlos. Sin embargo, por mucho que el destino se ensañe con ella, se enfrenta a él sin enfurecerse ante las injusticias de la suerte. A las pruebas me remito, con esta cita textual que escribió como comentario en una de las entradas del blog:  "los optimistas (y me incluyo entre ellos) no solo intentamos mirar lo mejor de cada situación por difícil que sea, también somos más capaz de superar o 'sobrellevar' los momentos más peliagudos que la vida nos pone delante..."

Para compensarla va a ser necesario que cumpla más de 100 años en un estado de Felicidad Absoluta (con mayúsculas). Espero que esa fase dé comienzo a partir de hoy mismo, con los besos y los deseos de ¡Feliz Cumpleaños! de toda la familia.

lunes, 23 de abril de 2012

Merchita la de la Granja

Al mirar a "Merchita" la de la Granja a uno le parecía imposible que ese angelito fuese capaz de realizar todas las fechorías que se le imputaban. Y, efectivamente, tenía razón. Su aspecto inocente, con sus grandes y transparentes ojos azules, su piel clara, sus rasgos suaves y sus rubios tirabuzones, influía de manera favorable sobre los mayores, lo que convertía a nuestra pequeña prima en el perfecto chivo expiatorio para las barrabasadas del resto.

Ante las preguntas de la tita de:
- ¿Quién ha roto esa maceta? (al ver los restos de tierra derramados por el porche. El balón, responsable del accidente, ya había sido cuidadosamente retirado y guardado hasta que cediese la tormenta).
- ¿Quién ha cogido las tijeras que había dejado encima de la mesa? (es posible que con ellas se hubiesen llevado a cabo labores innecesarias de corte y confección o ciertas prácticas de peluquería que no solían ser muy del agrado de nuestros padres)
- ¿Quién ha ensuciado el pasillo? (las múltiples huellas de pisadas y nuestras zapatillas llenas de barro señalaban que no había un único responsable)
Pese a la evidencia de las pruebas incriminatorias, la respuesta habitual era:
- Ha sido "Merchita" la de la granja.
La denuncia solía emitirla uno de los involucrados en cuestión. Poco importaba que la niña no hubiese aparecido por allí en todo el día. Indefectiblemente, era ella la acusada. Claro que los mayores no eran tontos y nuestra estrategia no siempre funcionaba.

Hay que reconocer que la chiquilla, con sus travesuras, era en parte merecedora de la fama que el resto le asignaba. Si bien es cierto que no era la única culpable de todas las fechorías, también lo es que, probablemente, hubiese participado activamente en ellas. Supongo que es por ello por lo que nuestros padres se tragaban aquel chivatazo.

Uno de sus hijos ha heredado sus rasgos angelicales y su tendencia a las diabluras. No sé si sus primos también le utilizan para librarse de los castigos. Lo que sí sé es que su progenie la mantiene bastante ocupada y se prodiga poco. Espero que sus pequeños la obsequien con un día de comportamiento ejemplar y que, al menos, disfrute de unas horas de tranquilidad para leer los mensajes de toda la familia (lo que requiere un buen rato).

¡FELIZ CUMPLEAÑOS MERCHITA!

domingo, 22 de abril de 2012

Fútbol

Ayer, al regresar de casa de mis padres tras ver el clásico Real Madrid-Barça, House me comentó que el famoso partido sería un buen motivo para un post. Estoy de acuerdo con él, sobre todo porque en mi familia el fútbol se vive con un entusiasmo no superado por ningún otro tipo de evento. Ni hermanísima ni yo somos futboleras, aunque sí madridistas (ese es el motivo por el que, aunque ayer el Madrid no jugara en casa, va en primer lugar a la hora de enunciarlo). ¿Cómo se puede pasar olímpicamente del fútbol y, al mismo tiempo, confesarse de un equipo? Para explicarlo habría que aplicar dos refranes: "la fuerza de la costumbre" sería uno y, "a la fuerza ahorcan", el otro. Nunca se nos ha cruzado por la cabeza la idea de no ser del Real Madrid, so pena de tener que buscarnos otra familia en la que vivir. Mi hermanita y mi hermano sí que han heredado ese rasgo.

Recuerdo las tardes de partido durante mi infancia. Sería imposible olvidarlas. Hermanísima y yo nos refugiábamos en nuestro dormitorio, sin molestar, mientras mis padres permanecían clavados en el sillón. Eso no significa que no nos enterásemos de cada una de las jugadas, porque el juego era comentado a dúo por ambos progenitores. Tampoco dormíamos, habría resultado imposible salvo que hubiésemos estado completamente sordas. Estoy segura de que el árbitro se enteraba perfectamente de cada uno de sus improperios. En el intermedio, una se relajaba en la cama, para despertar, sobresaltada, según daba comienzo el segundo tiempo. La taquicardia del susto tardaba, mínimo, 45 minutos en pasarse (media hora más si había prorroga).

Un día, siendo aún muy pequeña, e inocente, se me ocurrió entrar al salón a coger algo que me había dejado. En lugar de reptar por el suelo, que habría sido lo deseable, pasé por delante del televisor. Nunca se me olvidará el berrido de mi señor padre ante mi osadía. Casi me deja paralizada, aunque, afortunadamente, reaccioné lo suficiente como para quitarme rápidamente de en medio. Ni que decir tiene que no cogí lo que había ido a buscar y tampoco volví a cometer semejante transgresión. Si la casa se quemaba, o se inundaba, era mejor esperar a notificar la noticia una vez terminase el encuentro, o tener la iniciativa de llamar nosotras mismas a los bomberos.

Cualquier tipo de actividad era incompatible con aquel espectáculo. Si mi madre se ponía hacer punto (afición que le duró poco tiempo, posiblemente porque tan sólo llegó a tejer un jersey, lo que le ocupó varios meses), la celebración de los goles daba al traste con su avance, ya que las agujas se soltaban al levantar los brazos en señal de alegría  La lana, aún enganchada en sus dedos, al estirarse, deshacía los últimos progresos. Creo que el jersey lo terminó en verano, una vez acabada la Liga.

Cuando vinimos a Madrid, la cosa se tranquilizó. El motivo: mis padres iban al Bernabéu a ver a su equipo. Durante la época de Butragueño, Martín Vázquez, Pardeza (que le encantaba a mi amiga Nuri), llegué a ir al campo en alguna ocasión. El Madrid ganó todos los partidos a los que asistí y también la liga. Ni por esas conseguí aficionarme. Afortunadamente la mayoría de la población no es como yo y da gusto estar en el hospital cuando hay un partido importante: no acude nadie a Urgencias. Hasta las enfermedades se paralizan ante un encuentro mítico. Eso da una idea de la importancia de la patología habitual, que no puede esperar al resultado de una analítica pero sí al del marcador de un encuentro.

Hace poco, coincidí con el autocar del Real Madrid que volvía de un encuentro en Europa. Era hora punta, con lo que el atasco madrileño ya estaba servido. No es que no hubiese ningún policía para regularlo, todo lo contrario. Estaban todos, sin excepción, unos 12 furgones y el doble de motos, alrededor del autobús de los jugadores. Sin miramientos por el resto de los conductores, bloquearon todo un tramo de calle para ellos y dejaron la circulación aún peor de lo que estaban. Eran policías municipales, y siguieron su camino ajenos al entuerto que, ellos mismos, habían provocado. Comprendo que la mayoría fuesen aficionados y les hiciese ilusión acompañar a sus ídolos pero, aquello era exagerado. ¡Ni un dignatario lleva semejante escolta de un Servicio Público! Claro que, los días de partido, se toleran triples filas de aparcamiento en las inmediaciones del Estadio (por supuesto los policías están ocupados viendo el encuentro) y, tras las victorias más significativas, las fiestas de los hinchas son sólo comparables a las del Año Nuevo. 

Una curiosidad: la evolución del escudo del Real Madrid

viernes, 20 de abril de 2012

¡Feliz cumpleaños tito Fernández!

El tito Fernández dice que a él nunca le pasa nada gracioso, al menos no como a su cuñado que necesitaría un blog completo tan sólo para sus anécdotas. Comparativamente hablando puede que, efectivamente, no le ocurran demasiadas cosas, pero sólo comparativamente.

El tito es un encanto, en eso hay unanimidad. Se toma las cosas con calma, con tanta, que incluso su cumpleaños dura dos días en lugar de uno. Empezó a nacer tal día como hoy, 20 de Abril y, con su habitual parsimonia, terminó de hacerlo el 21. Da gusto estar con él, aunque conviene eludir el compartir con él un par de actividades concretas, hecho que una aprende cuando le conoce.

La primera tarea a evitar es una que me apasiona y se trata ni más ni menos que "ir de compras". Puede que yo sepa dónde encontrar las cosas, pero esas que no aparecen ni buscándolas debajo de las piedras, esas son las que consigue el tito Fernández. ¿Cómo lo hace? Comúnmente se conoce como paciencia y perseverancia. En la práctica consiste en llegar al supermercado después de comer y quedarse en él mientras se recorren meticulosamente sus pasillos hasta que suena la frase que mis primos repetían a modo de papagayos cuando eran pequeños: "Estimados clientes, les informamos que Pryca cerrará sus puertas a las 21h". Por supuesto, la tenían más que memorizada de acompañar a su padre a hacer la compra. Ni que decir tiene que mi tía jamás iba con él, hecho que, según afirma la acusada, se debe a que "nunca le ha gustado ir de compras".

La tranquila insistencia de mi tío se traduce con frecuencia en que, tras pasar varias horas en la tienda, sin alterarse en absoluto, de repente, aparece surgido de la nada, aquello que nadie más ha sido capaz de hallar en anteriores pesquisas. Esto ocurrió con la goma de la olla de la casa de mi padre en Roma. Tanto mi padre como mi hermanita habían recorrido todas las ferreterías romanas en su búsqueda. El primer día de la visita del Fernández, salió a dar un paseo y, a la vuelta, apareció con la goma. Estoy convencida de que el ferretero le dio la suya propia para quitárselo de encima y poder cerrar.

La segunda situación a evitar es la de "viajar en coche bajo su conducción". En este trance me he visto envuelta en dos ocasiones. En la primera era bastante pequeña y el itinerario me era desconocido. El recorrido previsto era Madrid-Santa Pola. Desde entonces siempre he pensado que Santa Pola quedaba lejísimos. Semejante idea se debió al hecho de que llegamos a hacer noche en el camino. Después he averiguado que, posiblemente, se tratase de algún hotel con encanto que mi  tío deseaba visitar y aprovechó el viaje para hacerlo. El desviarnos ligeramente de la ruta carecía de importancia.

La segunda vez el recorrido fue el architrillado Linares-Madrid en el que, por norma general, se tarda menos de 3 horas. ¡Tardamos 7 y sin atasco! Eso sí, hicimos turismo en la excursión. El trecho Linares- Guarromán, de 10 km a través de olivos, transcurrió sin incidencias. Al llegar a Guarromán nos paramos en una gasolinera. Esto no tendría nada de raro si no fuese porque no puso gasolina, sino que entró en la tienda y compró unas cerillas largas que "sólo tenían allí" (no me quiero ni figurar cómo había alcanzado semejante conclusión). De ahí nos dirigimos a la gasolinera, situada justamente enfrente, donde repostamos. Luego, hicimos unos metros por la calle principal y, antes de salir del pueblo, aparcó para comprar los típicos pasteles de hojaldre del lugar. En La Carolina, a 12 km, hicimos una nueva parada ¡No se podía entrar en Despeñaperros sin haber descansado un rato!


Pasamos Despeñaperros del tirón y, una vez superado el puerto, en Almuradiel, hubo que bajarse a reponer las debilitadas fuerzas, supongo que por culpa de las curvas, y nos tomamos una Coca-Cola. Lo mejor fue cuando dijo que, la Coca-Cola de ese bar en concreto, sabía mejor que en ningún otro lado. Para entonces estaba convencida de que lo había decidido tras probar las del resto de todas las cafeterías de carretera.

Estábamos en la Mancha así que, un poco más allá, compramos queso, para lo cual añadimos un par de paradas a las que ya llevábamos (así tenían distinta denominación de origen). Nos detuvimos en sitios que ya conocía (y que le conocían). Nos desviamos para visitar un pueblo de interés monumental (que la cultura nunca está de más). También paramos en Aranjuez que, ¡pasar por delante y no darse un paseo por el jardín del Príncipe era un verdadero crimen! Para entonces una pensaba que tenía un buen móvil para cometer un auténtico crimen, de asesinato en este caso. Seguro que el juez lo habría entendido y habría encontrado circunstancias atenuantes. No me extraña que mis primos, en cuanto se sacaron el carnet, insistiesen en ser ellos los conductores en los viajes.

martes, 17 de abril de 2012

El misterio de las cartas

  "Primeros pasos" Van Gogh
Mi abuelo Andrés era un hombre inteligente, emprendedor, íntegro y responsable. Tenía un gran sentido de la familia, que es el que nos ha inculcado al resto, y fue el eje de la suya. Siempre dispuesto a ayudar, fue el apoyo del resto de sus hermanos. Soñador, prudente y visionario, quiso ampliar horizontes, no estancarse en las olivas, sino emprender un negocio propio, fuera del ambiente cerrado de su pueblo. En los años 40 la industria avícola estaba comenzando y mi abuelo supo ver en en ella un buen futuro. Montó una pequeña explotación en Linares y, gracias a su buen hacer, le llamaron de Madrid para que ayudase al jefe de su cuñado a organizar allí la suya propia.

Conoció a la que luego sería mi abuela gracias al matrimonio entre su hermana con un tío segundo de la primera. Tras el enlace, su hermana visitó a unos familiares políticos en Canena, entre los que se encontraba mi abuela. Aunque esta, por aquel entonces, poco después del fin de la guerra, se encontraba algo depresiva, no había perdido ni su encanto ni su ángel. Ambas se hicieron grandes amigas y la primera le recomendó que, para animarse, le vendría bien cambiar de aires e ir de visita a Madrid. Fue allí donde la señora baronesa se relacionó con el resto de la familia de su futuro esposo. Muy unidos entre ellos, se juntaban casi todas las tardes, al igual que ocurría en la granja. Eran un grupo numeroso, sociable, alegre y muy animado. Entre aperitivos, juegos de cartas, tertulias y conciertos de cuerda, pasaban las horas. Recuerdo que, cuando era muy pequeña, escuché en alguna ocasión a mi abuelo rasguear la bandurria y el laúd. No se prodigaba mucho pero, cuando le apetecía, siempre tocaba con gusto y me encantaban aquellos breves conciertos.

Cuando mi abuela regresó a Canena, mi abuelo la empezó a cortejar en serio y le envió una serie de cartas preciosas. Siempre le había gustado cuidar el lenguaje y era de la opinión de que, para decir algo desagradable, era mejor callarse. "Un poquito mejor que crudo" fue su frase ante unos caracoles de mi tía, absolutamente infames, cuando mi abuela, con toda su guasa, le preguntó por su opinión. Se le daba muy bien escribir y en cada celebración familiar brindaba por el homenajeado con un bonito poema. No obstante, era en el genero epistolar en el que, verdaderamente, despuntaba. Fue gracias a esas cartas por lo que finalmente logró conquistar a la dama, pero no porque esta cayese rendida ante sus palabras sino gracias a la tita Mercedes. La pretendida le leyó alguno de aquellos párrafos, y su prima la incitó a mantener aquella correspondencia. Pese a ello, la señora baronesa no se sentía con ganas de escribir y posponía su respuesta. En vista de que aquello que tanta ilusión le hacía, tenía pinta de malograrse por la apatía de la cortejada, la tita Mercedes decidió tomar cartas en el asunto. Y eso hizo, en el sentido más literal de la palabra. Cogió lápiz y papel y, sin poner nada comprometedor, se encargó ella misma de contestar aquellas misivas. Por supuesto, este hecho no lo descubrió su destinatario hasta muchos años después y creo un vínculo de complicidad y agradecimiento entre ambos.

Tras unos meses de fluida correspondencia, el enamorado viajó a Canena con la intención de declararse y, lógicamente, obtener una respuesta afirmativa a su proposición. Fue precisa una nueva intervención de la tita Mercedes ya que, mi abuela, en general, era reacia a la idea de matrimonio y encontraba a su galán algo mayor para ella (se llevaban 12 años). Sin embargo, la decisión, la inteligencia de la que hacía gala y el espíritu emprendedor de su pretendiente acabó por vencer sus prejuicios. Dado que él vivía en Madrid y ella en Canena el noviazgo fue corto, de apenas 6 meses.

Coby Whitmore - The Love Letter
Decir que mi abuelo adoraba a su esposa es quedarse corto. Y eso a pesar de que la señora baronesa no era para nada mimosa, aunque sí se dejaba mimar. En alguna ocasión su marido se llegó a quejar de los pocos besos que le daba, aunque esto no era algo que sólo le afectase a él porque incluso sus hijos tenían que hacerla prisionera para robárselos. Ante aquella protesta, la acusada se defendió con el recuerdo de algún beso espontáneo que, aunque perteneciese al pasado, debía halagarle por haber sido objeto de esa muestra de cariño ya que, sus besos, aclaró, no eran besos cualesquiera. Ante ese argumento, mi abuelo le dio la razón y reconoció que, un beso suyo valía más que ninguno y que podía sentirse feliz por todos los que había recibido.

Volvió a escribirle románticas cartas cuando yo nací y mi abuela, también en el papel de madrina, viajó al Canadá a conocerme. Aquellas misivas despertaron la admiración de su consuegra aunque creo que, en esta ocasión, no se precisó la intervención de nadie, y que fue la mismísima señora baronesa la que se dignó en contestar a su feliz marido.

jueves, 12 de abril de 2012

BERENJENAS LINARENSES

Hermanísima y yo eramos adictas a los encurtidos. Cuando vivíamos en Valladolid, una de las inversiones de la paga de los domingos consistía en adquirir, en el puesto de chuches de al lado de la Plaza del Mercado, una bolsa de cebolletas en vinagre. Claro que eso sólo duraba unas horas y teníamos que recurrir a otros medios para satisfacer nuestra adicción al ácido. Una tarde, mi madre nos descubrió en la cocina mientras bebíamos a chorro de la botella de vinagre. Además de regañarnos, nos previno sobre lo dañino que era aquello para nuestras células sanguíneas. Consiguió que disminuyésemos la frecuencia y la cantidad ingerida, además de que aumentásemos la atención prestada durante la vigilancia, cuando nuestro antojo vencía nuestra reticencia a desobedecer sus recomendaciones y era más fuerte que el temor ante la amenaza, infundada, de anemia. A fin de cuentas, cuando la Señora nos pilló in fraganti, llevábamos años haciéndolo y nunca nos había pasado nada.

Sea balsámico, de jerez o aromatizado, las ensaladas están mejor con un buen chorro de acético. Los pepinillos, las toreras, las guindillas, gildas y boquerones son un picoteo insuperable y, además, sin demasiadas calorías. Sin embargo, las duras y fuertes berenjenas de Almagro que venden por ahí, no tienen ni chispa de comparación con las deliciosas y tiernas berenjenas linarenses, aunque ambas se preparen con la misma variedad de planta.

En la granja la que las hacía era mi tía Pepi y, aunque la cantidad era suficiente para un regimiento, era precisamente ese el número de los que nos apuntábamos a su degustación. Las cocinaba con frecuencia y el olor del vinagre con el comino la delataba. En cuanto husmeaba aquel reconocible aroma, me presentaba en su cocina,  dispuesta, como siempre, a catar el resultado y comprobar el punto de sal y acidez. La receta es de la tita Li, que a base de cuidar de hermanísima y de mí desde nuestra más tierna infancia, conoce bien todas nuestras debilidades y nos malcría siempre que puede.

BERENJENAS LINARENSES

1 Kg berenjenillas (de esas pequeñas, del estilo de las de Almagro). Limpiarlas y recortarles un poco el rabillo y los faldones laterales.

Hervir las berenjenas con sal y limón un par de minutos para quitarles amargor.

Mientras tanto preparar una ensalada con pimiento rojo, comino machacado, ajo, aceite y vinagre y 1 tomate.

Poner todo junto en la olla junto con, aproximadamente, 1/2 liltro de vinagre, 1/2 litro de agua (hasta cubrir), medio vasito aceite y sal (probar). Cocer 5 minutos en olla rápida.

Se pueden tomar al enfriarse pero están mejor si se tiene paciencia y se dejan reposar, cubiertas por el jugo de la marinada, de un día para otro.

jueves, 5 de abril de 2012

CORDERO PASCUAL

Historia: El cordero de Pascua es tradicional en las fiestas judías. Leonardo lo ilustra en su famosa obra: "La última cena". Para escoger la fecha de esta festividad se toma el día 14 del mes de Nisán, el primero del calendario hebreo bíblico, que conmemora la huida de la esclavitud de Egipto y que este año corresponde al periodo entre el 24 de Marzo y el 22 de Abril.  Se especifica con claridad en el capítulo 12 del Éxodo: “El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos (...) Aquella misma noche -el décimo cuarto día del mes de Nisán- comerán su carne. La comerán asada al fuego, con ázimos y con hierbas amargas. Nada de él comerán crudo ni cocido, sino asado”. Lo que no dice la Biblia es que los corderitos nacidos con la primera luna de invierno son los mejores de todo el año. Esto se debe a que las ovejas pastan intensamente para combatir el frío y su leche es mas rica en proteínas. Los corderitos, que aún no tienen fuerzas para encontrar comida, se alimentan sólo de leche y su grasa es tan suave que se funde al asarse y queda una carne perfumada, tierna, jugosa y magra. En la versión cristiana el pan lleva levadura y las hierbas, no siempre amargas, son las que conforman una fresca ensalada con su buen aliño de aceite de oliva. 

Cuando eramos pequeños, mi padre solía organizar excursiones al campo los fines de semana. Los hermanos estábamos prevenidos con respecto a esas salidas y, antes de emprender ruta, nos informábamos sobre el tipo de excursión que nos esperaba. Entre las opciones se encontraba la deseable del "campo de los chorizos" en la cual montábamos una barbacoa (que con el tiempo dio origen a nuestra actual afición a las celebraciones en casa de mi hermano) y, mientras se asaban en la parrilla choricillos linarenses (hechos por mi abuela) y hamburguesas, podíamos corretear a nuestras anchas igual que hacíamos en las vacaciones en la granja. La opción temida era la del "campo de los castillos" en la que veíamos múltiples piedras sin pausa ni tregua y, para colmo, sin chorizos de recompensa. Este tipo de visitas dejaron su huella y hace que, en nuestras vacaciones, tenga la necesidad de recorrer todos los rincones para ver todas las piedras del lugar y sus alrededores. Esta afición es un gran motivo de satisfacción para el Dr. House, tan aficionado a las ruinas como yo misma en mi infancia. En otras ocasiones nos llevaba a tomar cordero asado a Campaspero, un pequeño pueblo de Valladolid. Siempre reservábamos en el mismo sitio de modo que ya nos conocían y nos instalaban en el acogedor comedor familiar para que estuviésemos nosotros solos. No sé si el objetivo de esta medida era nuestra comodidad o la del resto de comensales a los que, supongo, la idea de compartir su salida dominical con tres niños de corta edad, no debía hacerles gran ilusión. El resultado de la maniobra era que estábamos tranquilos y la mar de a gusto, totalmente entregados a la degustación del asado. El cordero era exquisito pero, lo que más llamaba la atención de mis hermanos y mía, era que lo cortaban con cucharas.

Sin un cordero de esa calidad y un horno de barro no se puede aspirar a obtener resultados ni remotamente comparables en la cocina de mi piso, así que me he inventado mi propia receta. Una vez controlados los tiempos es muy fácil de hacer y al Dr. House le gusta mucho.

PIERNA de LECHAL ASADO
Dar unos cortes a la pierna de lechal de unos 700 a 750 gr. 
Untar con aceite, sal Maldon y vinagre de Módena. Dejar reposar unos 30 minutos con el marinado. Ponerla sobre un fondo de cebolla en tiras (ésta toma muy buen sabor y evita que se reseque la carne) y unas hojas de perejil.
Precalentar el horno a 230º con el programa de calor por arriba y por abajo.
Asar 20 min el primer lado a  230º, hasta que se dore. Darle la vuelta, bajar el horno a 210º y asar 15 min. Si la pierna es más pequeña bajo un poco el tiempo. 
Envolverla en papel de aluminio. Si fuese necesario, no suele serlo, se le puede añadir un chorrito más de vinagre de Módena.  Dejar reposar 10 minutos en el interior del horno apagado (y la puerta entreabierta con un paño para que se conserve templado pero baje la temperatura). Debe estar bien envuelta para que se distribuyan los jugos de manera homogénea.
Al mismo tiempo suelo asar unas patatas, envueltas en papel de aluminio, para acompañar. 

miércoles, 4 de abril de 2012

Torrijas

Las torrijas son un postre típico de estas fechas aunque, estoy segura de que, más de uno, las tomaría con gusto en cualquier momento del año. Su consumo habitual en Cuaresma se cree que viene motivado porque, ante la prohibición de comer carne, sobraba más pan en las casas y, para aprovecharlo, se recurría a este dulce.

Aparecen documentadas por primera vez en la época romana, en el recopilatorio de cocina "de re coquinaria" atribuido a "Apicius" (gastrónomo del S.I d.C) aunque el manuscrito que nos ha llegado de ese libro data del S. IV o  principios del V. A este postre se le clasifica como "Aliter Dulcia", sin un nombre propio. Aparece citado por Juan de Encina, ya con el nombre torrija en el S. XV, y en el texto se hace referencia a la necesidad de miel y huevos para su elaboración. La receta como tal se encuentra en el "Libro de Cozina"  de Domingo Hernández de Maceras (1607) y "Arte de cozina, pastelería, vizcochería y conservería" de Francisco Martínez Motiño (1611) (no son erratas sino el título con la grafía correspondiente a la época).  A principios del S. XX se servía con frecuencia en las tabernas madrileñas, y se acompañaban de un chato de vino.

Siempre las asocio a la cocina de mi tía Pepi, aunque las de mis tías Lucky y Li están igual de ricas. Supongo que, el hecho de asistir a su proceso de elaboración y la expectación e impaciencia durante este este, es lo que ha determinado el que se me quedasen grabadas las primeras. En Madrid también disfruto de deliciosas torrijas. Las hace buenísimas las mujer que nos ha cuidado durante años y años y que, aunque ya esté jubilada, se las prepara a House de vez en cuando (pese a conocerme desde mi adolescencia, o quizás por ello, por el que tiene auténtica debilidad es por mi marido). Este año nos las ha traído la señora que nos "intenta" arreglar la casa y, además de las normales, nos ha hecho unas con el truco de añadir un chorrito de ron en la leche, lo que le da un toque estupendo.

Una de las auxiliares del hospital tiene la buena costumbre de llevarlas a la consulta, para reponer fuerzas en nuestra sagrada parada de media mañana y, de paso, celebrar con ellas el comienzo de las vacaciones de Semana Santa. Toma en cuenta los gustos de todos así que, además de las tradicionales, hace unas bañadas en almíbar, otras en leche y, para los que han tenido algún paciente de esos que te provocan inclinaciones de entregarte a la bebida, también las emborracha con vino.

Tenemos un paciente que trabaja en la Pastelería "Valle Olid" de la C/ López de Hoyos, 110, que, además de tener el detallazo de regalarnos un enorme roscón de Reyes por Navidad y traernos rosquillas de San Isidro en Mayo, nos suele visitar en estas fechas bien acompañado por una bandeja llena a rebosar de torrijas pequeñitas, de bocado, que hacen honor al dicho de que las buenas esencias vienen en frascos pequeños. En mi opinión, son estas últimas, junto con las de hermanísima, las que más se parecen a las linarenses.

Me encantan también las versiones modernizadas de la Bica de Marcelo y la Falsa Torrija de Los Sentidos (de las que ya hablé en su momento).

Otras alternativas de los comentarios que añado al texto por interesantes (con mis agradecimientos a los autores):
1. Cambiar la leche por horchata, pasar por huevo y hornear sobre un "silpat" en vez de freír.
2. La versión catalana de la torrijas se llama "Croquetes de Santa Teresa". Son casi idénticas excepto en que: el huevo batido se le añade a la leche perfumada y, una vez fritas y muy calientes, se pasan por el azúcar y no se bañan en almibar. También varía el tamaño: son más pequeñas que las de Madrid. Se trata de un postre relacionado con la economía y del que se disfruta todo el año.

TORRIJAS

Ingredientes:

Pan del día anterior (las proporciones serían para unos 250gr), cortado en rebanadas de menos de 2 cm para evitar que, al mojarlas, el centro se quede seco o se deshagan por fuera)
Medio litro de leche
Cáscara de limón  (sin lo blanco)
125 gr de azúcar (vainillado o normal según se prefiera)
1 ramita de canela
2 huevos
Aceite de oliva virgen extra
Azúcar y canela molida mezclados para rebozar (si se prefiere se puede usar almíbar, leche con azúcar y canela o vino con azúcar pero a mí me gustan más sin caldos)

Elaboración:
Ponemos en un cazo a hervir: la leche, la cáscara de limón, una ramita de canela y azúcar vainillado al gusto. En cuanto hierva la apartamos del fuego, sacamos la cascara de limón para que no amargue y la dejamos templar. Una vez se haya enfriado la colamos para retirar los tropezones.

En una sartén honda, ponemos el aceite de oliva al fuego. Un truco para que no haga espuma es echarle un clavo metálico.

En un plato hondo se baten un par de huevos. Si se necesitan más, conviene añadirlos poco a poco para evitar que se pierdan con la leche que suelte el pan.

Partimos el pan en rebanadas de, más o menos 1,5 cm. Mojamos una a una las rebanadas de pan en la leche, que se empapen por los dos lados, sin pasarse o se desarmarían ( depende muchísimo del tipo de pan). Estrujamos ligeramente cada rebanada al sacarla de la leche y las pasamos por huevo, impregnándolas bien por todos lados.

Las freímos en abundante aceite caliente por los dos lados, con cuidado de que no se arrebaten. Es conveniente retirar los restos de huevo que se queden flotando para que no se nos queme el aceite. Si es necesario, incluso se puede colar a mitad del proceso.

Al sacarlas, mientras se templan las colocamos sobre papel absorbente, para secarlas y quitarles el exceso de grasa.

En un plato hondo ponemos azúcar y le añadimos una cucharada de canela molida. Lo revolvemos bien. Rebozamos las torrijas en la mezcla, mientras aún estén calientes, aunque sin que nos achicharren los dedos.

Están deliciosas en cualquier momento. Personalmente las prefiero recién hechas, en cuanto se enfrían lo suficiente como para hincarles el diente sin abrasarse. Lo de esperar no es lo mío. 

¡FELIZ CUMPLEAÑOS KIKA!


Desde pequeña, mi prima Kika tenía algunas cosas muy claras. Una de ellas era que ella no iba a ponerse un vestido, lo que le supuso una discusión con su abuela, de la que fui testigo, cuando contaba la tierna edad de dos años. Por supuesto ganó la niña. La otra era que quería jugar al fútbol. Su padre decidió llevar a su hermano mayor a las pruebas del Real Madrid. Al enterarse la chiquilla, que por entonces contaba con 5 añitos, armó tal expolio que mi tío tuvo la brillante idea de presentarla a ella también bajo el nombre de Manolo. La cosa coló y los dos críos hicieron las pruebas. Quedaba esperar la decisión del club.

Unos días más tarde, sonó el teléfono. Eran los del Real Madrid. Les había gustado mucho el juego de Manolo. Informaron a mi tío que, el menor de sus hijos, había pasado la selección y le dieron una cita para acudir con el niño a hacerle una revisión médica. Lógicamente no iba a resultar tan fácil engañar al doctor, salvo que estuviera ciego, y aquel fue el final de las aspiraciones de mi prima en ese equipo.

No por ello se dejó amilanar. Si en el Real Madrid no había equipo femenino en el Athletico sí que existía, y esa fue la siguiente fase. Por descontado fue escogida para formar parte de es club y enseguida se sumó a los entrenamientos. Además de los oficiales, estaban los extraoficiales, que básicamente consistían en que la chiquilla no se separaba jamás del balón. Ni siquiera el día de su primera comunión, en el que a duras penas consintió en ponerse un vestido para la ceremonia. Se reconcilió con la indumentaria al permitírsele sustituir las enaguas por los pantalones del chandal. Lo que resultó completamente imposible fue lograr que se pusiese unos zapatos, y su calzado del día fueron unas zapatillas de deporte, blancas, eso sí. El balón la acompañó a la celebración en la que, tras reponer fuerzas con el habitual apetito de la familia, se montó un pequeño partido para conmemorar el evento. Durante un tiempo su carrera futbolística continuó imparable y mi prima cumplió su sueño de convertirse en futbolista profesional. Una reticente lesión de rodilla la obligó finalmente a abandonar.

Casi de buenas a primeras, se encontró con que tenía que buscar una nueva vocación. Para no perder la tradición familiar, empezó a estudiar cocina. Los afortunados que hemos probado alguna de sus creaciones, damos fe de que ha heredado el genio culinario de sus antepasadas. Los postres se le dan de maravilla, tanto es así que en su Escuela la han nombrado "Tejera Oficial". Este título paso a convertirse en "Tejera Real" cuando la jefa de pastelería le encargó elaborar una teja especial ni más ni menos que para regalársela a  la familia real. Estoy segura de que en la Zarzuela la disfrutaron como príncipes. Después de aquello fue seleccionada para el concurso internacional de chocolate de Bélgica y ¡ganó! Pese a los galardones y el reconocimiento, el título no se le ha subido a la cabeza. Da gusto, y nunca mejor dicho, contar con alguien con sus méritos dentro de la familia.

¡MUCHÍSIMAS FELICIDADES KIKA!

domingo, 1 de abril de 2012

Memoria gastronómica

Jessie Willcox Smith
Mi tía Li, que me cuidaba de pequeña, siempre dice que nunca ha visto comer tanto y tan bien a un bebé como a mí. Es una pena que no tenga memoria de esa época, porque me encantaría ser capaz de recordar cómo fue el descubrimiento de todos aquellos nuevos sabores. Mis recuerdos de comida infantil son de épocas posteriores, en relación a mi colaboración en apurar potitos, papillas y purés de fruta (mis favoritos) de mis hermanos y primos.

Uno de los primeros sabores que se me quedó grabado en la memoria es el de las chirlas. Me chiflaban. Yo debía tener apenas dos años, ya habíamos dejado atrás el Canadá y vivíamos en Madrid. Si oía el sonido de sus conchas al entrechocar cuando mi madre llegaba de la compra, la perseguía hasta la cocina. Me ponía delante de la nevera mientras guardaba las bolsas con la esperanza de que me abriese uno de aquellos moluscos y me lo diese, crudo, simplemente aliñado con un chorrito de limón. Dado que mi entusiasmo no le dejaba abrir la puerta del frigorífico hasta que conseguía mi deseo, solía salirme con la mía sin necesidad de protestar. Una vez tenía el manjar en la boca, me dedicaba a saborear, fuera del campo de paso de mi madre, aquella combinación del sabor salado a mar con el ácido del cítrico, que me parecía lo mejor del mundo.

Otro de mis pasiones gastronómicas era la carne picada, una vez aliñada para los filetes rusos (fue mucho más tarde cuando descubrí el tartar que, por supuesto, me encanta). La carne cruda, fresca, combinada con las especias, el ajo, el perejil, el pan y jugosa por el huevo, también me hacía revolotear por la cocina como un perrillo a la espera de una migaja caritativa.

Mi disposición para aparecer por la cocina enseguida fue aprovechada por mi madre y por mi abuela materna. Me convertí en una pinche y era la encargada de remover las natillas y la bechamel (que luego rebañaba), así como de montar las claras a punto de nieve (que por entonces había que hacerlo manualmente). Las claras se utilizaban luego para el bizcocho y para las natillas con nubes. Me encantaba ver a mi abuela echar con una cuchara aquel merengue en la leche hirviendo para sacarlo con la espumadera casi al instante, un poco más sólido, para reservarlo hasta terminar de preparar la crema y cubrir entonces con las blancas y esponjosas nubes la fuente de natillas antes de espolvorearle la canela. Su ligera textura, mezclada con las suaves natillas es otra de esas experiencias gastronómicas inolvidables.

También recuerdo la primera vez que probé el budin de chocolate. Lo hizo mi madre cuando vivíamos en Zaragoza. Le quedó firme pero muy fino, nada pastoso, al igual que un buen flan. Se terminó rápidamente y apuré hasta los últimos restos de la fuente, que quedó reluciente antes de meterla en el lavaplatos.

Mis papilas gustativas deben poseer una conexión directa con el hipocampo lo que me permite degustar de nuevo todos esos alimentos. Supongo que por eso me gusta mirar los escaparates de las pastelerías. Sólo con ver el aspecto puedo imaginar (y paladear mentalmente) el sabor de muchos de los pasteles que exhiben. Incluso a veces sueño con algún plato, generalmente postres, y, por supuesto, lo saboreo. Siempre es delicioso. Para una golosa como yo, es un don genial.