lunes, 31 de octubre de 2011

"Halloween" de hermanísima

Este post corresponde a la narración de mi hermanísima, mi trabajo se ha limitado a esta introducción y a un corta y pega:
 " Desde hace un par de semanas mi casa anda patas arriba con la celebración de Halloween. Para los más escépticos, tengo que decir en defensa de esta fiesta, que sus orígenes se remontan a la celebración que los celtas hacían para espantar a los malos espíritus que llegaban la noche del 31 de octubre (el comienzo de su invierno). La iglesia Católica intentó erradicar esta fiesta pagana poniendo el día 1 una cristiana: la fiesta de todos los Santos. El pueblo se negó a prescindir de sus ritos y decidió seguir celebrando la víspera de los santos como hasta entonces pero cambiándole el nombre: en vez de festival de Samhein (pronunciado so-win) pasó a llamarse Hallow’s eve (la víspera del día de los Santos) y la palabra fue evolucionando hasta nuestro Halloween actual.
Durante muchos años se celebró sólo en lugares puntuales como Irlanda y fueron los mismos irlandeses los que llevaron esta fiesta hasta América al emigrar allí por la hambruna de la patata de finales del XIX. Los americanos adaptaron la fiesta a su estilo de vida y ahora se celebra en todo el mundo y especialmente en mi urbanización que está plagada de pequeños monstruos y brujas desde las cinco de la tarde hasta que las madres les obligamos a entrar en casa.
Los preparativos comenzaron hace un par de semanas: hay que hacer invitaciones, sacar la caja de los disfraces para buscar el modelito, pensar a qué amigas se va a invitar y que no sean muchas, preparar las decoraciones, intentar que no se nos escapen nuestros planes delante de personas que no podemos/queremos invitar…La verdad es que en estos momentos me encantaría tener un chalet enorme para no dejar fuera a nadie pero la realidad es que nuestro piso de 87 metros cuadrado da para lo que da. Aún así han cabido nueve niñas y un niño que ha venido engañado y que no necesitaba disfraz para parecer un muerto viviente; pobrecillo, no le han dejado ni hablar.
El tema de la comida y caramelos, corre de mi cuenta: las pequeñas brujitas comen como si de enormes Trolls se tratara y me suponen una compra extra de guarrerías sin gluten que hace que los de Mercadona se froten las manos: cuatro pizzas, patatas, doritos, fanta y champín, caramelos, mantel y decoraciones todo en tonos negros y naranjas para ambientar la casa como corresponde. Por supuesto no pueden ir maquilladas de cualquier manera y el pelo tiene que llevar los mechones de colores a juego con el disfraz (los que se frotan las manos en este aspecto son los chinos de la tienda de abajo que se han quedado sin existencias de botecitos inflamables de colores inverosímiles).
Los vecinos también tienen su trocito de cielo ganado ya que se pasan toda la tarde aguantando pitidos de los telefonillos, timbres, carreras por las escaleras, gritos, chillidos de “truco o trato”, enfados y alguna que otra lágrima que las queridas amigas sueltan cuando le toca a otra llevar el control…mi marido tiene menos paciencia y se encierra en el salón con la tele bien alta y la puerta cerrada para que nada disturbe su descanso la víspera de un día sin curro ¡hombres!
Gracias a Dios, esta y otras fiestas como las Navidades, son sólo una vez al año y nuestra naturaleza humana debe de contar con algún tipo de gen protector de nuestro sistema nervioso que hace que se nos olviden antes de que comience la celebración de la siguiente. De todos modos y con todo mi cariño de maestra masoquista, os deseo a todos un ¡FELIZ HALLOWEEN!"

miércoles, 26 de octubre de 2011

De cabeza

Ayer, entre paciente y paciente, me tocó además abusar de mis amigas de otras especialidades para que viesen, previo aviso, a mi hermanísima y a mi sobrinísima.

A mi hermana le pusieron un tratamiento para sus migrañas a base de Botox. Es la segunda vez que la infiltran y ya, desde la primera, quedó convencida de que ponerse esa toxina con fines estéticos roza el masoquismo. Su uso medicinal presenta algunas pegas añadidas. Para empezar, no se puede escoger el lugar donde sería deseable eliminar alguna pequeña arruga, sino que deber inyectarse, sin más remedio, en los puntos gatillos. Esto puede suponer que se termine sin casi poder abrir los párpados y con las cejas más caídas de lo que la vanidad personal desearía. Tanto pinchazo le produce a una complejo de acerico. Nada más cierto que el dicho de que para presumir hay que sufrir, aunque en este caso la elección esté entre la cefalea y la belleza. Para colmo, entre los efectos secundarios, está precisamente la misma jaqueca que se trata de evitar, aunque de forma única y transitoria. Claro que no todo iban a ser desventajas, además de prevenir las migrañas durante 4 meses, también es cierto que la frente termina tan lisa como la de un bebé.

Después de someterse al doloroso tratamiento, le tocó arrastrar de su cuerpo para ir a saludar a mi siguiente amiga. En este caso la paciente era mi sobrina y, la que tuvo que armarse de paciencia para sobrellevar su lamentable estado, fue mi hermana en su papel de madre. La chiquilla en sí no dio ni medio problema aunque tampoco se puede decir que disfrutase de la visita. En la familia, todos tenemos claro que nunca escogerá una profesión relacionada con la Sanidad (la única tarada en ese sentido parece haber sido una menda). Es su asiduidad a los hospitales desde su más tierna infancia la que ha conseguido que, finalmente, les haya perdido el miedo a las batas blancas. Aún recuerdo cuando, a los dos años de edad, hubo que operarla de adenoides. Su hermana pequeña no tenía ni un mes de edad y, la pobre chiquilla, al ver que los adultos eramos inmunes a sus llantos y ruegos, decidió recurrir al bebé en busca de auxilio. Entre penosas llamadas a su hermana, entró al quirófano por primera vez . En la cirugía de amígdalas ya fueron las dos juntas y, cuando hubo que ponerles drenajes en los oídos, también. Debían de encontrarse menos desamparadas de esa manera.

viernes, 21 de octubre de 2011

BIZCOCHO DE CANENA

Cuando era pequeña, una de las cosas que había que hacer en las vacaciones era acompañar a mi madre a su visita a Canena, el pueblo de mi abuela. El emplazamiento es muy bonito, rodeado de olivos, en la falda de una colina, con un castillo, aún en uso, coronando su cima. Tiene dos mil habitantes y, de ellos, unos mil novecientos deben de ser familia mía (sinceramente no sé de dónde han salido los cien restantes). 

Por supuesto, para que nadie se ofendiera por omisión, era obligado visitar a los dos mil. También resultaba ineludible tomar algo del aperitivo o de la merienda, en función de la hora, con los que te agasajaban en cada casa. Siempre he tenido buen diente y, un estómago insondable aunque, con los años, se ha vuelto más delicado. Sin necesidad de ayunar previamente, tan sólo el estímulo de imaginar aquellos manjares era suficiente preparación, empezaba la turné con apetito y me relamía, primero con anticipación y después con deleite, con las especialidades de cada hogar. Una de ellas era la "magdalena", como la llamaban por allí, que consistía en una plancha de delicioso bizcocho del que, recientemente, he conseguido la receta. Aún recuerdo una de esas tardes en las que empecé la visita con gazuza y me tomé tres pedazos de aquel bollo en la primera casa, demostrando con ello una falta absoluta tanto de moderación como de previsión. Casa tras casa nos fueron obsequiando con nuevos tentempiés, la mayoría en forma de la susodicha magdalena, aunque también probamos pericones y rosquillas. Tras haberme tomado cerca de una docena de aquellos generosos trozos, en una de las últimas visitas que realizamos, nos ofrecieron un poco de pan de pueblo con Tulipán (que, por aquel entonces, era algo novedoso, especialmente por esos lares). No pude darle más que un bocado y me pareció un mejunje incomible. Desde entonces, no he vuelto a probar esa marca. Pero la famosa magdalena que preparó, no hace mucho, uno de mis tíos en una reunión familiar, según la receta original, sigue siendo mi favorita. En la mencionada celebración, el resto tuvo que darse prisa para catarla ya que, al hecho de llevar años saboreando nada más que su recuerdo, se sumó el de que me pillase en muy buena posición en la mesa. 
Aquí dejo la receta:  

BIZCOCHO-MAGDALENA  DE CANENA

Ingredientes
3 huevos
100 gr azúcar
50 gr harina
ralladura limón
2 cucharadas aceite desahumado (de oliva, lógicamente, que para algo es oriundo de Jaén)

Elaboración
Separar claras y yemas. 
Batir las yemas con el azúcar.
Añadir la harina y la ralladura limón. A continuación mezclar el aceite.
Por último, juntar las claras montadas a punto de nieve con instrumentos que no sean de metal y con movimientos suaves (para evitar que bajen).
Verter en un molde engrasado.
Cocer en horno precalentado a unos 190-200º aprox 30 min (pinchar para comprobar que sale limpio)

viernes, 14 de octubre de 2011

Entregarse al placer de la lectura

En el verano de mis cuatro años, mi padre decidió que era el momento de enseñarme a leer. ¡No podía tolerarse que la niña llegase a párvulos sin saber la cartilla! Sin armarse previamente de paciencia, ¿qué era eso? ¿una cualidad? ¡tonterías de los psicólogos modernos!, se entregó a ello. Así que, con sus propias teorías sobre pedagogía infantil, consiguió que no se me olvidasen ni sus enseñanzas, ni sus métodos.¡Cuántos maestros aspiran a obtener resultados de esa índole! A la hora de la siesta linarense, con 50º al sol y 45º a la sombra, subíamos al cuarto del fondo del piso de arriba de la granja para impartirme la lección. Aún no me explico la razón de que fuese mi hermana y no yo la que le cogiese miedo a esa planta. Sin aire acondicionado ni ventilador, sudábamos tinta sobre la cartilla. La mayoría de los días aquello acababa como el rosario de la aurora. Entre el sudor y las lágrimas debí de terminar muchas tardes al borde de la deshidratación. Al terminar de verano leía de corrido, no ya las cinco cartillas sino cualquier libro de lectura que me pusieran delante, ya fuese con o sin dibujos. Me había convertido en una adicta. Podía haberlo aborrecido, porque eso de que la virtud está en el término medio nunca ha cuajado bien con mi carácter. Claro que, después de todo el esfuerzo, una vez cogido el tranquillo a las letras, consideré que aficionarme a ellas era una postura más inteligente que tirar el trabajo por la borda. Aunque el proceso fue duro, mereció la pena y es una de las cosas que más le agradezco a mi padre.

Cuando llegué al colegio descubrí que el resto de mis compañeros estaban lejos de mi nivel. La mayoría ni siquiera sabía aún las consonantes. Por desgracia, no fui capaz de lucir mis conocimientos porque la profesora, tras verificar que lo que afirmaba mi padre era cierto, para mi gran desesperación, no me preguntó jamás en clase. Menos mal que me dio el libro de lectura de los de 1º de EGB para que me entretuviese mientras tanto.

Cuando llegó el turno de mi hermanísima de aprender a leer las cosas cambiaron. Con el éxito que había obtenido con su método piloto conmigo no entiendo por qué decidió experimentar con un nuevo sistema. Aunque creo que la opinión de mi madre tuvo algo que ver en ello, también lo achaco a la diferencia de fechas de cumpleaños: el mío es en Mayo y, por lo tanto, dispuso de todo el verano para enseñarme. El de ella es en Octubre así que le pillaría con el curso empezado. Tampoco lo hizo a los cuatro años sino que se esperó a cuando indicaba el programa escolar. En lugar de ejercer de instructor principal, se convirtió en profesor de apoyo, a domicilio, y la cartilla fue sustituida por un juego de cartas, sin mucha gracia. Pese a ello, no se puede decir que mi hermana disfrutase de aquellos esfuerzos docentes.

Poco después, mi progenitor decidió que era un momento ideal para sumergirme en lecturas más serias así que, con ocho añitos, me entregó una versión comentada del Quijote en unos doce tomos que, lógicamente, me resultó aburridísima. Los comentarios no estaban pensados para niños sino para lingüistas y, por cada palabra del texto de Cervantes, había un párrafo dedicado a su análisis. Por supuesto, yo me leía todo seguido, con lo que era imposible seguir el hilo de la historia y, menos aún, el de las notas a pie de página. Tras terminar el primer tomo de aquel Quijote (unos 6 ú 8 ejemplares) desistí y conseguí evitar los correspondientes al segundo. A partir de entonces, también procuré eludir cualquier nueva recomendación de mi padre y, muchas de aquellas amenazas con título de libros, entre las que destacaba como gran favorita "Los papeles póstumos del club Pickwick", me los leí a posteriori y me encantaron. El que aún no se haya leído esa obra de Dickens le recomiendo que lo haga. Mi padre tenía razón: es inteligente y divertidísima.

Alexander Deineka
Pese a aquello, me aficioné a la lectura de tal modo que todos en mi familia me conocían por el mote de "tragalibros". Me llevaba el libro a la mesa, leía por la calle de camino al colegio, en el recreo si me dejaban y, en los cumpleaños de mis amigas, miraba las estanterías y pedía permiso para leerme alguna de aquellas novedades. Encargaba libros como regalo en Navidades, los que yo quería y no los que decía mi padre y, en vacaciones, devoraba lo que pillaba en casa de mis abuelos tanto de un lado como del otro. En la granja había muchos libros sobre la cría de gallinas que eran incluso peores que aquel Quijote pero, afortundamente, en casa de mis tíos disponía de una variedad de obras suficiente como para surtirme durante aquellas temporadas. Me sentaba debajo de la palmera y, allí me encontraban las visitas familiares al llegar, enfrascada en la historia de turno mientras mis primos gritaban a mi alrededor como una tribu de indios en pie de guerra.

En la casa de mis abuelos paternos había una colección de obras clásicas que fui escogiendo una por una. Empecé por La Dama de las Camelias y, luego, el resto me resultó algo decepcionante. No estaban mal pero ninguna me gustó tanto como la de Dumas.

El descubrimiento del Kindle, al que tontamente me resistí una temporada al pensar que perdería el encanto del papel cuando, en realidad, la principal atracción está en el texto, ha sido providencial. Gracias a él, y a Internet, tengo acceso a un montón de obras clásicas e incluso descatalogadas de forma gratuita y en su idioma original (otro aliciente siempre que se trate de español, inglés o francés): Austen, Wilde, Trollope, Dickens, L.M. Montgomery, Shakespeare, Cervantes, Verne entre otros muchos del millón de obras de la página de Gutenberg.org sin contar con la posibilidad de investigar autores que desconocía (ahora estoy con Ada Leverson). Siguen sin caberme los libros en casa y sigo comprando en papel (porque muchos no están en ebook o son más caros que la versión en bolsillo). Pienso en llevarlos a una biblioteca pero me resisto a separarme de muchos de ellos pese a tenerlos también en formato electrónico. Hago el propósito y me falla la voluntad para llevarlo a cabo. ¡Seguiré intentándolo!
Hughes-Arthur, The Compleat Angler

Tener ángel

Debbie Miller
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que alguien tiene ángel? Es difícil de definir. Para empezar es algo innato: o se nace con ello o no se conseguirá nunca. Es una combinación de gracia y dulzura, que trasluce en los ojos de la persona, lo que le otorga un encanto diferente. Irradia un tipo de magnetismo que hace que, casi todo el mundo, se sienta seducido y a gusto alrededor del afortunado dueño de esa cualidad. Despierta en la gente el deseo de estar a su lado y de tratar de complacerle. Mi abuela linarense tenía ángel y la nieta que indudablemente ha heredado ese rasgo, en toda su intensidad, es mi prima Paloma. Tanto es así, que uno de mis primeros recuerdos, algo borroso, se asocia a su nacimiento: yo tenía dos años y medio, volvíamos de Linares y paramos en Guarromán a conocer a la nueva prima. Aquella casa, pese a mi percepción infantil, me pareció pequeña, lo cual me hace pensar que debía de ser realmente minúscula y, la cuna con la niña me resultó diminuta. Recuerdo asomarme y vislumbrar al bebé dormido. Tuve la sensación de que todos esperaban que dijese algo, así que lo hice. La esperada frase de mi opinión sobre mi prima fue: "tiene pendientes pero no tiene dientes". Esas palabras son la parte que mi cabeza no grabó de toda aquella escena pero, les dejé tan sorprendidos con mi originalidad que el resto de los presentes han evitado que se olvidasen. Las alusiones a la chocante declaración se han repetido con cada nuevo bebé que aparecía por nuestra numerosa familia y, con el tiempo, ha evolucionado hasta convertirse en una de esas frases memorables que pasan a las anécdotas para la posteridad.

Jessie Willcox Smith
 Desde pequeñas, tanto mi hermana como yo queríamos ir a su casa a dormir. Y eso pese a que, una vez allí, había que sobrellevar a su tía-abuela, que era la mujer más cascarrabias que he conocido nunca. Mi prima tocaba el piano. No se puede decir que se entregase a la música pero su interpretación trasmitía parte de su ángel. A mí me habría gustado aprender y lo intentaba. Ensayaba escalas y, al oírme, su tía acudía inmediatamente hecha una furia para cerrarme la tapa del instrumento en los dedos si era preciso y evitar que tocase el piano de la niña (a la que adoraba, como todos). Incluso ella había caído bajo el influjo de su ángel. Su avinagrada presencia no nos importaba. Estar con mi prima y mis tíos compensaba con creces cualquier inconveniente. Incluso había días que nos las apañábamos para dormir tres en una cama (plegable, para más inri) lo que, en el verano linarense de noches a 30º, significaba no pegar ojo. Nos colocábamos contrapeadas sobre el colchón de modo que, una de nosotras, acababa con los, no muy limpios, pies de las otras dos al lado de la nariz. Milagrosamente, ni perdimos nuestro sentido del olfato, ni terminamos con ella rota de una patada durante el sueño. También es cierto que, en esas condiciones, dormíamos poco o nada. Aunque ya puestos a estar en vela, mejor con mi prima que en el piso de arriba de la granja.

Aquellas estancias no significaban que yo me hubiese convertido en una persona sociable. Lo que me ofrecía era la oportunidad de acceder a nuevos libros que devoraba lo más rápidamente posible para, tras acabarlos, tener tiempo de leer otro más. En el cuarto de su abuelo, que también vivía con ellos, había un armario lleno de tomos colocados en dos filas. Cuando terminé con el frente, me dediqué al fondo. Si en un momento había que releer, se releía. Mi prima y mi hermana, mientras tanto, jugaban a ir a hacer la compra en una pequeña estantería de juguete llena de verduras de plástico. Nunca entendí la gracia de aquello. Ir al mercado no me parecía divertido entonces y tampoco me apasiona ahora: empujar carritos con ideas propias a través de pasillos llenos de gente, esperar largas colas en la caja para, al fin, regresar a casa cargada de bolsas o con el carro a rebosar de cosas que luego hay que colocar, momento en el que se suele descubrir que se te ha olvidado algo fundamental o, que en todo caso, te habría venido muy bien, no me parece una experiencia que se haga por gusto. Pero la infancia es diferente o eso dicen. Cuando regresábamos a la granja, jugaban a las cocinicas. Las especias salían de moler yeso y ladrillo. Más de una vez terminaron con lombrices en el estómago, cosa que yo nunca padecí. La única que me afectaba era el "bookworm".

Palomilla vive ahora en Madrid y va a celebrar un fiestón por su cumpleaños al que, por supuesto, asistiré. Como he comentado, hasta los old grump muermos intentan complacer a la gente con ángel.
¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS PALOMA!!

jueves, 13 de octubre de 2011

Pichín, Panocha, Pichón

No suelo encontrarles la gracia a los humoristas de la tele. La razón es que estoy mal acostumbrada desde mi infancia. Nuestra abuela, famosa por su afición a estar rodeada de niños, descubrió que el mantenernos entretenidos montando funciones de creación propia para amenizar las veladas de las vacaciones, conseguía reunir a todos los primos en un lugar secreto y alejado de la casa, para luego darles la sorpresa a los mayores con el espectáculo. Ni que decir tiene que para cada cumpleaños, celebración, fiesta, Navidades (en la que se cobraba el aguinaldo tras ganárselo a base de ensayos) había que preparar una representación.
Uno de los números más famosos correspondía a mi hermano, que siempre ha estado dotado para la comedia, y mis dos primos que le sucedían en edad. Así eran los payasos "Pichín, Panocha y Pichón", uno era el alto (mi hermano que además de ser el mayor también le sacaba una cabeza a los otros), otro el más bajito y, Pichón, al que dejaban para el final, el más gordito. Cantaban y escenificaban una canción que animaba al público y conseguían que, el resto de las obras que seguían a su actuación, fuesen recibidas con buen talante. Eran el plato fuerte de la noche. A partir de ahí mis tíos aguantaban sin inmutarse: coros desafinados, recitales de poesía, espectáculos de baile con sus caídas correspondientes y pequeños entremeses teatrales.

No sólo mi abuela nos encargaba tareas con las que mantenernos entretenidos. Mi abuelo decidió asalariar a mi hermano y sus compinches para que terminasen con las avispas de la granja. Les daba 5 duros por cada 100 insectos y conseguían ahorrar lo suficiente como para irse luego a la Feria, a gastárselo. Aún no tengo claro si día tras día mi abuelo pagaba por los mismos bichos.

Las avispas no bastaban para satisfacer sus instintos cazadores por lo que, además, se iban a capturar culebras de agua, tritones, salamandras y cualquier animal, con preferencia por los anfibios y los reptiles, que se les pusiese por delante. Si luego decidían que el mejor sitio donde dejar la culebra de turno era la bañera, era culpa tuya si no habías mirado dentro de ella antes de meterte allí a darte un baño. Tanto fue así, que mi abuelo rescató una vieja tina y la instaló al lado de los columpios para que pudieran depositar allí sus presas, a modo de vivero. Eso incentivó a la pandilla de cazadores para organizar excursiones al lago Titicaca (una charca de riego que fue bautizada con optimismo) donde incluso hicieron sus primeros pinitos en la pesca (con cañas de palo). ¿Quién le iba a decir a mi hermano que ahí se forjaría su futuro?

Hoy es el cumpleaños de "Pichón" (si no me equivoco de payaso). ¡Muchas Felicidades!

sábado, 8 de octubre de 2011

¡Felicidades! Happy birthday! Joyeux anniversaire!

"Beach sisters" Marie Witte
Hoy es el cumpleaños de mi hermanísima, así que la entrada al blog va dedicada a ella. Todo el mundo opina que es genial tener hermanas, claro que a esa conclusión se llega de adulto. Cuando eres una niña independiente con amplia necesidad de espacio vital, el tener que compartirlo con tu hermana pequeña, que ha decidido que no necesita una burbuja de aire a su alrededor si puede colarse en la tuya, no piensas que lo de los hermanos sea algo tan genial. Su primer día en la guardería, una vez se soltó de la falda de Bibi (la niñera) para subirse al autobús (ritual que se repitió a diario durante ese periodo), decidió que la siguiente falda a la que había que agarrarse era la de su independiente hermana mayor. Una vez en la guarde, nada de irse a la clase de los pequeños cuando podía estar conmigo en la de los mayores, donde se pasó su primera semana. Ahora se queja de que sus hijas son unas lapas. ¡Es la única de la familia que no sabe a quién han salido!
Las vacaciones en la granja de los abuelos suponían que había que acompañarla cada vez que tenía que ir al piso de arriba, porque le daba miedo. Por supuesto, su intrépida hermana mayor haría frente a todos los peligros para defenderla, lo que la obligaba a dejar el libro de turno (con la rabia que da eso) para subir con ella. Por desgracia, el baño estaba en esa planta, lo que hacía que esos viajes fuesen frecuentes y, con frecuencia, urgentes. El miedo era también la razón por la que tampoco podíamos dormir allí en dos camas separadas, pero hacerlo en una cama de matrimonio suponía pasarse la mitad de la noche discutiendo sobre quien estaba en el lado de quien (evidentemente ella en el mío).
La pobre tenía la desgracia de ser la mediana. Eso suponía, entre otras desdichas, que ella tenía que jugar con mi hermano, terminaban discutiendo y acudía a mí a que la defendiese. ¿Quien era yo? ¿El Cid? Por eso, la relación con mi hermano era diferente para ambas: ella jugaba y yo me peleaba, sin haber hecho nada para llegar a ello salvo tener una hermana. Otra ventaja más que valoras en su justa medida cuando eres niña.

"Playing at the beach" Elizabeth Blaylock
Claro que, el tener una hermana mayor también presentaba inconvenientes. Las profesoras la tenían en el colegio al año siguiente de haberme tenido a mí, la tragalibros con fama de empollona (la verdad es que leía más que estudiaba), y se hacían ilusiones de que iba a ser como yo. En seguida salían de su error. Ella era mucho más sociable, lo que solía traducirse en una necesidad perentoria de hablar con todo el mundo, en especial con su amiga del alma, por supuesto igualmente sociable. Una, otra o las dos terminaban indefectiblemente en el pasillo castigadas por no callarse. Yo era una tremenda sosa a la que nunca mandaban al pasillo. Mi éxito escolar no era comparable, ni por asomo, a su éxito social. Por supuesto, era capaz de recordar las múltiples visitas que venían a casa, cosa que siempre he sido incapaz de hacer. Lo único que me interesaba de ellas era cumplir, a regañadientes, para regresar a mi libro lo antes posible. No creo que ninguno de los amigos de mis padres pensase de mí lo típico de que niña tan simpática, afortunadamente allí estaba mi hermanísima para suplir mis deficiencias, y eso les permitía afirmar, sin mentir demasiado, sólo el 50%, que tenían unas hijas encantadoras.

Otra ventaja era que nos poníamos enfermas juntas. Cuando no ocurría esto, te dabas cuenta de lo aburrido que era estar enferma sin compañía. Con fiebre el libro cansa y el sopor no es lo mejor para concentrarse en la narración, así que una cotorra como ella hacía las anginas mucho más llevaderas.
Fue ella la que abrió camino para que nos prolongasen la hora. Por supuesto que se quejó de tener que encargarse de esa tarea que correspondía, según su criterio, a la hermana mayor. Yo pensaba que las noches estaban hechas para dormir y no le encontraba la gracia a andar por ahí de madrugada muerta de sueño. ¡Efectivamente, soy un gran muermo! Mi plan ideal de nochevieja ha sido siempre el casero: cenar, función familiar y a dormir. Era la única de los primos que era persona, dentro de mis limitaciones, el día de Año Nuevo. Al resto del mundo le daba igual, seguían durmiendo mientras yo me levantaba a leer. Al menos era un muermo poco ruidoso.

Pese a todo ello, mi hermana me quiere. Eso demuestra lo gran persona que es y su corazón tan enorme. He tardado en adquirir mi inteligencia emocional y nunca llegaré a su nivel, pero al menos he aprendido a valorar familia y relaciones y, eso, se lo debo a ella. Es maestra y ayer, todos sus alumnos del año anterior, que están ya en el Instituto, fueron a felicitarla al colegio. Se lo habían prometido el año pasado y no se habían olvidado. ¿Cómo iban a hacerlo? Todos los años, se pasa una semana preparando cosas para llevar tanto a clase como a sus compañeros (pese a que, con frecuencia, abusen de su buena disposición y su mala memoria para las afrentas). 26 niños de 12 años colándose en la clase supusieron un cierto revuelo y, conociéndola, seguro que echó su lagrimita, que además es muy sentida. Tras haber pasado por su tutela durante 4 años, los chiquillos opinan que los nuevos profes son unos muermos. Supongo que a ellos, nunca le harán la pregunta que le hicieron a ella hace unos años: " Seño, ¿y no le da vergüenza hacer todas estas cosas?" Está claro que es muy demostrativa y se asegura de que sus enseñanzas resulten  inolvidables: si es preciso cantar y bailar para conseguirlo, está dispuesta a ello.

Pierre-Auguste Renoir. Niñas leyendo
 La gente que dice que no hay nada como las hermanas tiene razón, no hay ni un cariño ni un vínculo comparable a ese. Otro día le tocará a mi hermana pequeña, en la que los 10 años de diferencia de edad supusieron que las molestias ocasionadas fuesen de otra índole, aunque luego alcance el mismo estatus. Sólo me queda desearle: ¡FELICES 40!