lunes, 27 de febrero de 2012

El hada Mercedes

"El hada azul" Gustav Tenggren
Pinocho tenía su hada azul y los primos teníamos a nuestra tita Mercedes de Linares. La prima de nuestra abuela, con su corazón de oro, no sólo adoraba a ésta, sino a toda su parentela. Le encantaban los chiquillos y nos mimaba como la peor de las abuelas. No se veía harta de nuestros abrazos e, incluso en sus peores momentos de ánimo, sacaba su sonrisa con nosotros. Si todo el mundo tiene normalmente dos abuelas, con nuestra amplia familia necesitábamos una más.

El término pereza le era desconocido. Su actividad era constante y no le entraba en la cabeza que pudiese ser de otro modo. Era feliz así, necesitaba sentirse no sólo querida sino también útil. Se había ocupado de sus ancianos padres hasta el final y, al faltarle estos, se encontró perdida y fue rescatada por mis abuelos. En muestra de agradecimiento quiso hacerles la vida más cómoda a los de su entorno, sin llevar nunca la voz cantante, siempre a la sombra de lo que le marcase su adorada prima. Volcó su amor y su natural instinto maternal en todos nosotros. Era la primera en amanecer y se ocupaba de adecentar la enorme granja y lograba que todo estuviese reluciente hasta el punto de poder comer sopas en el suelo. No es que durase mucho en ese estado, dado el tránsito que recorría esos suelos, pero eso no desanimaba a la tita, sino todo lo contrario. Intentó inculcarnos, con más éxito en unos que en otros, ese mismo afán por el orden y la limpieza. Yo soy su gran fracaso, al igual que en el tema de las oraciones que con tanta devoción nos enseñó.

Le gustaba mucho el teatro y nos suministraba material para nuestras funciones. Disfrutábamos con sus historias de juventud, en la que actuó cómo actriz aficionada en pequeñas representaciones en Canena. Nos recitaba las coplas del Tren y conseguía que nos desternillásemos de risa con las peripecias de la pobre pueblerina subida a aquella cafetera humeante e infernal. Nos describía con voz suave el viaje del hada azul a la tierra hasta convencernos de que no había mujeres comparables a las Manolas españolas.

Se apagó cuando le faltó mi abuela, perdida de nuevo después de una vida juntas, pero los recuerdos de ambas son inseparables.

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