Durante una temporada canalizó su fogosidad en la única cofradía femenina de costaleras de Semana Santa. Tras aquellos esfuerzos llegaba tan machacada que apenas le quedaban ganas de tramar alguna de las suyas. Claro que se reponía mucho antes de lo que les hubiese gustado a sus padres y, esa misma tarde, ya estaba con sus reivindicaciones para tratar de que nos alargasen la hora de recogida al menos hasta después de la puesta de sol. Alguna vez, gracias a su insistencia, lo consiguió. Por supuesto eso no fue más que un aliciente para intensificar sus demandas.
Nunca ha tenido pelos en la lengua. En una ocasión, mientras hablaba con un muchacho, de buenas a primeras, le soltó: "¡Mírame a los ojos en lugar de al escote!" El chaval desapareció de allí tan rápido como se lo permitió la vergüenza. Supongo que ninguno de los dos había leído el artículo científico que defiende que para el sexo masculino fijarse en el pecho de las mujeres es tan instintivo e inevitable como para el femenino asomarse a contemplar un bebé en su carrito.
Con el matrimonio, y especialmente tras la maternidad, ganó templanza. No sé si el motivo es porque sus hijas consiguen agotarla de tal manera que terminan hasta con sus ganas de juerga.
¡Feliz cumpleaños Ro!
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